Nací en Aragón, antiguo reino histórico de la península Ibérica, en la
ciudad de Zaragoza, llamada Caesaraugusta por los romanos y Medina Albaida por los árabes, siendo
entonces la época de mayor esplendor de la ciudad.
Soy de izquierdas.
También atea.
Ser de izquierdas no me convierte en propulsora del
terrorismo. No amparo a esos que en nombre de un Dios inexistente nos están
asesinando, pero defiendo la necesidad
de acoger a los refugiados. Ahora bien,
es necesario hacerles entender que el Islam no tiene cabida en Europa. Tienen
que comprender que nuestros valores no son los suyos. Que recen a sus dioses,
que se vistan como quieran si lo hacen libremente y mientras no oculten su
rostro, pero aquí, en Europa, no se
practica la ablación, tampoco se lapida a las adúlteras o se margina a las víctimas
de una violación. Por poner unos ejemplos.
Y si no les interesa, pueden irse. O no venir.
Así qué, señores de la derecha,
no me acusen de los atentados por ser de izquierdas, así como yo tampoco les
acuso a ustedes. Los asesinos son ellos, los terroristas. Los que matan en
nombre de Dios. Porque yo como atea creo que todas las religiones son nefastas,
pero así como el cristianismo ha evolucionado después de sembrar el terror, los
islamistas siguen anclados en la negrura de la Edad Media, aunque por entonces,
los musulmanes eran más cultos, gente capaz de convertir mi ciudad en un
referente cultural.
Soy de izquierdas y creo en la unidad
de España. Soy aragonesa, repito: aragonesa. Y española. Porque Aragón está en España, no en ningún “paiso
catalán”. Hablo español porque es el idioma de mi nación
y no quiero que se me imponga el catalán, porque no es mi idioma. Admiro a los
que no han perdido su lengua y la utilizan, pero no a aquellos que la utilizan
para separar.
Así que sí, soy de izquierdas y
atea. Y condeno a los islamistas porque el Islam no es una religión de paz. Ninguna
religión lo es.
Y soy española aunque sea de
izquierdas. Es compatible, de verdad.
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