Relato seleccionado para el segundo libro de Vigo Histórico
Querida Isabel:
Hace ya varias jornadas que salimos de la ría de Vigo y nos
adentramos en mar abierto, pero mis ojos no han podido olvidar la increíble
puesta de sol que ofrece ese venturoso brazo de mar. Tal vez, algún día, vuestros reales luceros
puedan contemplarlo también.
Os transcribo estas líneas para que os quede manifiesto lo mucho que anhelo veros de nuevo. Demasiado, tal vez.
Son ya varios los días de travesía y ansío poder tocaros. Ya
falta poco para ello. Pronto arribaré en nuestras aguas y cuando desembarque, obviaré
a mi esposa e iré a buscaros. Y lameré
vuestro cuerpo para seguido poder penetraros con ansía.
Me río cuando algunas lenguas afirman que sois virgen. No se
imaginan el ardor mostrado por vos bajo las sábanas de seda. Tampoco vuestra
entrega a mi persona, a veces con sumisión, las más con pasión. Me gusta tiraros de vuestros cabellos rojos y
mancharos la piel, tan blanca, con mi saliva.
Gozáis.
Gritáis.
Y por el placer que os provoco habéis
tenido a bien encumbrarme a lo máximo que un hombre como yo podía aspirar.
Soy un héroe para vos. También para nuestro país. Para otros solo un pirata.
Pero no me incumbe el nombre que se me quiera dar. He podido cumplir mi
venganza contra los españoles y eso es más de lo que podía esperar cuando,
siendo un muchacho de seis años, mi familia y yo tuvimos que huir de nuestro
pueblo debido a la invasión de los católicos.
Y los españoles son católicos.
Me repugnan.
Eso, sumado a la humillación recibida por aquellos habitantes
de la pequeña villa de Vigo, me enerva. En ese poblacho inmundo, tan solo tomé prestado todo el ganado vacuno
que pude y ellos, sin distinción de clases, edad o sexo, se defendieron de
nosotros con tal bravura que tuvimos que huir, abandonando las reses.
Prometí volver.
Para vengarme.
Y así ha sido.
Gracias a vos he podido cumplir mi venganza contra esos puercos
españoles. Y es que vos, mi amada, habéis tenido a bien concederme patente de
corso. A cambio, reparto mi botín con vos, pero sé que parte de él lo utilizáis
para engrandecer el país y la corona.
Vuestra corana.
Ha de saber, mi querida Isabel, que nuestras bodegas van
llenas de tesoros. Pude darle su merecido a esos gallegos bastardos. ¿Podéis
imaginar doscientas embarcaciones, ancladas en cadena, cubriendo las distancias
entre las pequeñas poblaciones de Bouzas y Teis? ¿Podeis figuraros a siete mil hombres prestos a desembarcar para
derruir y saquear Vigo? Es, como ya sabéis, la localidad más desprotegida de la
costa gallega.
Sí, sé que podéis
visualizarlo.
Sois como yo.
Sanguinaria y cruel con vuestros enemigos.
Os hubiera complacido
ver como desembarcábamos en el arenal de Coia y en la parroquia de Teis, para
así avanzar hacia un Vigo desprovisto de
fortificaciones y murallas. Era la situación perfecta para nuestros planes.
No había casi nadie en la villa, habían huido. Algún
resistente quedaba, pero se iban batiendo en retirada, no sin antes dejar algún
muerto de los nuestros. Poca cosa. Y entonces comenzó mi verdadera venganza.
Mis hombres quemaron un convento de monjas llamado Los Remedios. Después se cebaron con la
iglesia de Santa María y los
monasterios de San Francisco y Santa Marta. También el hospital de
peregrinos fue sacrificado. El fuego, espeluznantemente hermoso, se extendió
por la villa quemando más de doscientas casas.
El desquite estaba cobrado.
Una vieja pasó cerca de donde yo me encontraba y vaticinó mi
muerte. Morirás de disentería, me dijo. Después, escupió en el suelo.
Meigas las llaman.
Brujas.
Si creyera en ellas, no se me antojaría una muerte cruel.
Peor sería perecer en estas aguas, lejos de vos.
Reembarcamos las
tropas e izamos las velas para salir rumbo Norte. A casa. Pero no contábamos con viento fuerte del
sudoeste. Dos de nuestros barcos, de
vuestra armada, fueron arrastrados hacia
la costa norte de la ria y golpearon las
rocas sin ninguna posibilidad de
rescate. Los aldeanos de Cangas aprovecharon
para atacar e incendiaron los barcos, no sin antes rescatar algunos de
los prisioneros españoles que llevábamos con nosotros.
Al día siguiente, el temporal seguía con fuerza y arrojó uno
de nuestros barcos contra las islas Cies, quedando encallado. Aunque este galeón no fue acosado, no hubo
más remedio que vaciarlo de artillería y después incendiarlo.
Isabel, ya falta poco para avistar nuestras costas y aún no os
he hablado del presente con el que quiero obsequiaros. Es la cabeza de un hidalgo
de Coia que osó enfrentarnos. Al principio pusimos su testa en una pica y la
cubrimos con una cabeza de cerdo. Después lo pensé mejor y la cubrí con una de
ternera. Creí, que de esta manera, sería una pieza más acorde con vuestro salón
de la Torre de Londres.
Os gustará.
Pronto yaceremos juntos, mi Reina Buena, mi Reina Virgen.
Francis Drake.
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